El Concilio Vaticano II ha renovado en la Iglesia la conciencia de la universalidad del sacerdocio. En la Nueva Alianza hay un solo sacrificio y un solo sacerdote: Cristo. De este único sacerdocio participan todos los bautizados, ya sean hombres o mujeres, en cuanto deben ofrecerse a si mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios… …La participación universal en el sacrificio de Cristo, con el que el Redentor ha ofrecido al Padre el mundo entero y, en particular la humanidad, hace que todos en la Iglesia constituyan un reino de sacerdotes (Ap 5, 10 cf. 1 ped 2,9), esto es que participen no solamente en la misión sacerdotal, sino también en la misión profética y real de Cristo Mesías. Esta participación determina además, la unión orgánica de la Iglesia, como Pueblo de Dios, con Cristo. Con ella se expresa a la vez el gran misterio de la carta de los efesios: la Esposa unida a su Esposo: unida, porque vive su vida; unida, porque participa de la triple misión (tria numera Christi) unida de tal manera que responda con un “don sincero” de sí al inefable don del amor del Esposo, Redentor del mundo. Esto es a todos en la Iglesia, tanto a las mujeres como a los hombres, y concierne obviamente también a aquellos que participan del “sacerdocio ministerial” que tiene el carácter de servicio.
Extracto de la Carta Apostólica sobre la dignidad de la mujer con ocasión del año Mariano, dictada por Juan Pablo II. “Mulieris Dignitatem”. Ediciones Paulinas 1992.
Próximamente continuaremos transcribiendo párrafos de esta carta apostólica que habla de la vocación universal de la mujer y de sus vocaciones particulares. Con lo que hemos transcripto hoy, nos estaríamos metiendo a las 6ª y 7ª moradas de Teresa de Jesus, para cuando ya hemos aprendido a meditar y no solo a eso, sino a practicar el silencio interior, habiendo recibido la gracia de la Contemplación.
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