Pueblo Alberdi, 16 de
octubre de 2014
Querido papá:
Hace rato quiero escribirte un
homenaje como se lo escribí a María Irene y a la Tía Virginia.
Empezaré diciéndote que este será
un homenaje corto, no como el de María Irene. Porque eran cortas nuestras
palabras.
Recuerdo que siempre me
incomodaron nuestros silencios, hasta que ya estando de recuperación de tu
A.C.V. ¡hace tan solo unos meses! Estábamos en la mesa del living sentados los
dos, fumando, mirándonos de reojo, mirando también al horizonte urbano que se
ve por la ventana que da al balcón del Bolívar, y por fin después de tantos
años, me animé y te pregunté:
¿Papá a vos te incomoda estar en silencio conmigo? Para mis adentros
estaba pensando: Porque con los demás
hijos, con tus amigos y con casi todos tus nietos hablas mucho.
Vos me miraste sorprendido y
exclamaste: ¡Si estuviera incómodo,
hablaría! ¿O no?
Con esas pocas palabras entendí el
viejo dilema que tuve toda una vida: Conmigo fuiste uno de los únicos con los
que encontraste paz en medio del silencio. Paz sin tener que hablar demasiado y
no porque conmigo no eran interesantes los temas, como yo siempre creí,
desvalorizándome sistemáticamente, sino porque NOS COMUNICÁBAMOS CON NUESTROS
GESTOS Y DE CORAZÓN A CORAZÓN.
Siendo agnóstico casi toda tu
vida, me enseñaste primero que nadie lo que después mi esposa ahondó con sus
otras enseñanzas y que más tarde estudié en diversos libros y artículos de
internet: Es cosa de ese lado místico que descubrí; comunicarse callado. “Hablar
callao”, como más o menos me lo dice Ely muchas veces. Es cosa de místicos
contemplarlo todo en silencio, como lo hiciste vos toda la vida, mientras yo te
observaba y de vos aprendía a ser hombre, aprendía esa técnica, del silencio, sin
saber que era una técnica para el ejercicio de mi definitiva religiosidad, la
técnica que más tarde se convirtió en mi reflexión humanista y meditación religiosa
características de mi personalidad y modo de vida, técnica que aprendí ya de
grande, sin esperármelo y de manera absolutamente misteriosa, técnica que me
hizo más inteligente, compasivo y creativo, habiendo sido vos el primer maestro
que tuve en esto y mi esposa la segunda, con quien también te comunicaste siempre
de manera cálida y amorosa, todos éstos años, igualmente, en medio de muchos
silencios entre ustedes, de lo más significativos para ambos, ya que los dos
eran experimentados en esto de hablar callao. Con ella, una de tus dos nueras, lograste
una complicidad secreta, desde que sin decirle palabra alguna, te le acercaste
y le regalaste esa rosa roja, el día de nuestro casamiento, mientras celebrábamos
en Las Tinajas. Así en el Nombre de la Rosa…, sellaste tu trato con ella: pocas
palabras, mucho amor, mucha admiración mutua y absoluto respeto.
Y me doy cuenta que en realidad
no voy a poder escribirte poco, dado que son muchos los recuerdos que me están viniendo
a la mente, en este día de tu cumpleaños. Te rendiré entonces homenaje a la mía,
“a la otra parte mía”: Escribiendo y hablando hasta por los codos, con quienes les
tengo confianza, en este caso, mis lectores.
¡Cuántos legados me dejaste! En
realidad no son muchos, sino más bien unos pocos y muy profundos, porque la
cosa es paradójica, se sienten muchísimos y fueron pocos, pero por demás
significativos.
Así como era propio de tu admirado
Hipólito Yrigoyen; pocos objetivos, bien concentrados y muy pero muy profundos.
Si, viejo querido: justamente
esta mañana mientras le contaba algunas cosas tuyas a mi A.T. Ana, le señalé
que fuiste hombre de lo más austero, para nada ambicioso, que te gustaron y
tuviste pocas cosas, pero las pocas que tuviste, fueron de excelentísima
calidad, así como tus impecables trajes negros, tu encendedor Zipo, tu reloj
Citizen President que tantos años llevaste en tu muñeca y que me donaste en
vida, tu Ford Falcon Deluxe, tus cigarrillos Benson & Hedges, tus puros
ocasionales, tu exquisita Biblioteca, tu hermoso Departamento del Bolívar, que junto
a la mamá nos compartiste a toda tu gran familia, todos estos años, desde 1978 y
unas cuantas cosas más, para nada abundantes, para nada exuberantes, ni mucho
menos ostentosas.
Hoy me queda en mi haber dos
legados tuyos que ahora repaso, aunque fueron más como te dije antes: uno, una
actitud tuya que también la compartiste con la mamá en una sola carne como lo
dice el apostol Pablo, en una sola idiosincrasia, en una sola educación para
los tuyos:
¡Más vale poco pero bueno! y por
otra parte, una frase que de vez en cuando decías y que también la mamá adoptó como
propia: “Lo bueno, si breve, dos veces
bueno”
Y entonces, aunque a esta altura
del homenaje, quisiera ya escribir y escribir, tal vez todo un libro entero,
tal vez tu mismísima biografía…, trataré
de hacerle honor a esa última frase tuya que he citado.
Y me quedaré secretamente con tus
otras enseñanzas, con tantas y tantas, y al mismo tiempo tan pocas, breves, concisas,
claras, y hasta fulminantes, fulminantes de los muchos lados oscuros de mi persona
que se fueron deshaciendo para dar cabida a un hombre de bien.
Me quedo en mi haber con ese “gusto
exquisito” y epicúreo por todo lo natural y cultural de buena calidad que nos
supiste transmitir. ¡Gracias papá!
Tu hijo menor, que te ama tanto y
que te seguirá teniendo presente siempre, en recuerdo mental y espíritu.
Leandro
J. Alippi García.
No hay comentarios:
Publicar un comentario